Crónica 18: La que vino y se quiso quedar


Hola amorosos. Hoy es el cuarto día con Marina, la chica que llegó a visitarme procedente del maravilloso poblado Úbeda, ciudad PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD, vale?? Sí, lo sé, eso es muy fuerte. Quizás tengáis incluso envidia. Es natural, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD. Se dice pronto (lo que anteriormente leísteis, no es más que un fragmento de la frecuencia con que a uno de Úbeda se le viene el absurdo orgullo patriótico en mente, véase: CasaPaco, Molina Confecciones y Jaque.


Son muchas las anécdotas que nos ocurrieron, pero resumiendo, y acortando vuestro tiempo, aquí van las más señaladas, aquellas que hicieron que Marina se enamorara completamente de Alemania, introduciendo entre sus planes de futuro la posibilidad de abrir un negocio flamenco en la ciudad. Ella pelaría las papas. Yo haría el show. Ella también. 

a) Las cani-móvil: ¿Qué coño hacen dos canis alemanas de metro sesenta sentadas separadas entre sí (una al principio del bus, y la otra al fondo) partiéndose el culo en silencio, mientras sostienen el móvil en la oreja? El cipote. No hay más. Nosotros creíamos que alguien les contaban un chiste infinitas veces, sin embargo, tan sólo se estaban llamando entre sí. Fue una situación bochornosa, pero entendimos el concepto lucha de clases.

 

b) El revisor bizarro: Érase una vez, un hombre de sesenta años que visitaba Mallorca en vacaciones, con un móvil demasiado moderno (hoy la cosa va de móviles). Resulta, que para viajar más barato (gratis), cuando alguien nos visita desde España le pedimos los carnets a los que estudian aquí, para que ellos los utilicen, y no paguen nada en el trayecto de dos horas desde el aeropuerto a casa. Pues bien, Marina viajaba con documentación falsa. Era una indocumentada, hecho que no le afecto, incluso le provocó cierto agrado (los senderos del señor son inescrutables). 

Entonces, David, el que viene siendo yo, tuvo miedo de que el revisor la tomara con Marina, que sólo sabe decir en alemán “zorra vieja y patata”. Pero nada grave ocurrió, al contrario, algo bizarro. El revisor tenía un móvil en el que grababa frases y un gato las leía. Se pasó cosa de 15 minutos grabando todas las frases que sabía en español. Yo me quería morir, quería empadronarme en otro país. Recitó desde la fabulosa frase “una de bravas” hasta “vamos a la cama”. Insisto, cuánto daño hace Mallorca.

(Marina en uno de los puentes-canales de Münster)

c) No se ayuda al que roba: Anoche, jueves por la noche, fue la noche de los hurtos. La gente deposita los muebles que no  necesita en la calle, para que un tractor de esos del Western venga al día siguiente con Juanra montado encima con su bigote y sombrero a recogerlos. Pues bien, los jóvenes (y no tan jóvenes), aprovechamos para llevárnolos a casa. Entre tanto, mientras elegía la mejor “furniture” del lugar, vi que una mujer necesitaba ayuda, pero no la pedía. Pues bien, se la ofrecí desinteresadamente. No podía subir una bicicleta a la acera, ¿por qué? Porque la había robado. Tenía la cadena puesta. Pero la ayudé. Espero que el día de mañana me respeten la mía, pues el que ayuda a un ladrón, tiene mil años de bendición!! (cáyense aquellos que se saben la dicha)

d) Los silbidos de un obrero: Marina quedó estupefacta ante el hecho que les contaré. Íbamos por la calle, cuando nos topamos con un obrero, el cual silbaba “Para Elisa”… Esto es Alemania. Mi amiga se refirió a este hecho diciendo que eso en España no ocurre, que allí los obreros o cantan Radio Olé o los Gipsy King.

(con Pupe haciendo yoga en el lago)

e) La tienda bizarra: Yo ya sabía que mi amiga era un poco folclórica (véase en Youtube el vídeo de Sarita Montiel cantando una saeta), sin embargo desconocía la faceta de Marina de alardear a los cuatro vientos sus frases despectivas. Resulta que nuestro interés, mientras caminábamos por la calle, se concentró en una tienda de tres escaparates y medio de pelucas. Nos maravilló. Estábamos deseando de entrar y de probarnos los pelámenes. Pues bien, nuestro gozo en un pozo. Allí que entramos nosotros, las pelucas desaparecieron, pues la tienda resultó ser por dentro una frutería llena de plátanos negros y de africanos, y con africanos no me refiero a los plátanos. Seis Senegaleses chillaban entre sí. Sin embargo, Marina chilló más, y entonó su frase: "Ostia, esta es la tienda más bizarra con que me he encontrao yo en toa mi vida". Nos fuimos algo escopeteados.

Así pues, en este preciso instante dejo de contar, debido a que he de preparar una fiesta en casa, fiesta que hacemos hoy, sábado por la noche, aunque en realidad deberíamos estar en Berlín. Pero ocurrió algo tontuno e inesperado. Perdimos el tren. Ya habrá más detalles


 (Colección del bolsas en mi cuarto)
Buenos días, tardes, noches, y pascuas

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